domingo, 22 de julio de 2007

La selva amazónica

Acabo de regresar de la selva amazónica. Escribo estas líneas desde Iquitos, ciudad de 500 mil habitantes en la región de Loreto, Perú. A unos minutos de aquí se puede tomar una lancha que te lleva por todo el río Amazonas hasta algún albergue internado en la selva.

Antes de llegar al albergue puedes visitar las tribus aborígenes y sus aldeas, como los Bora Bora. Aunque el guía no tiene tapujos en admitir que los pobladores en taparrabos que bailan danzas ancestrales en realidad llevan una vida occidentalizada en ciudades cercanas, con ropa hecha en China. Cierto, tal vez no sea tan auténtico como antes, pero al menos se conservan los cánticos y estilo de vestir y vivir, aunque sea sólo como atractivo turístico.

Dos horas de navegación por el Amazonas y llegamos al albergue que se llama Heliconia. Está formado por varias cabañas que se encuentran a dos metros del piso, soportadas por varias vigas de madera que evitan que todo se inunde cuando es época de lluvias y el Amazonas crece hasta 15 metros. Las cabañas están conectadas por pasillos de madera que flotan sobre la maleza selvática, y una guacamaya que se llama Pedro camina de un lado a otro. Es al mismo tiempo cómodo y rústico. Las habitaciones son frescas gracias a los techos de palma y sólo unos poquísimos mosquitos logran entrar. Hay energía eléctrica, gracias a un generador de petróleo (o algún derivado), aunque sólo de 6 p.m. a 10 p.m. Y ya. No hay señal de celular, no hay televisiones, no hay radios, ni se diga Internet. Eso sí, hay unos platillos de pescado buenísimos, y unas hamacas sabrosas donde se puede tocar guitarra y tomar unas cervezas cuzqueñas bien heladas.

Desde ahí puedes hacer una caminata de 3 horas por la selva amazónica, donde se ven árboles altísimos y la luz logra colarse tímidamente entre el follaje, lo que hace que los 38 grados del verano amazónico se queden muy arriba, donde sólo los monos araña pueden sentirlo.


También puedes pescar pirañas, usando carne de res como carnada. Ahora la ves, ahora ya no. Y luego de haber visto el apetito, se necesitan varios minutos para animarse a nadar en el amazonas, pero una vez adentro el agua fresca hace que se te olvide el miedo de ser comido vivo, y te das cuenta que las películas hicieron a las pirañas el mismo daño que a los tiburones.

Si pones atención, cuando vas navegando por el río y llegas a zonas muy anchas puedes ver delfines de agua dulce, algunos grises y otros rosas. Casi no salen y casi nunca saltan, pero afortunadamente todavía hay suficientes como para que puedas verlos con algo de paciencia. Y en la noche, si tomas una lancha y te vas al centro del río, al apagar el motor y guardar silencio escuchas los sonidos de la selva. Ensordecedores. Lo más fuerte son los insectos: grillos, chicharras, quién sabe qué más. Luego se esfuerzan las ranas con croares agudos, graves, muy rápidos, largos. Y de vez en cuando, gritos de algunos monos que siguen empecinados en que por más que talen los árboles ellos llegaron antes, muchísimo antes que esta bola de sinpelos con machetes que está matando a sus parientes y tumbando sus ciudades.

jueves, 19 de julio de 2007

Película de la semana: Hot Fuzz

Este resumen no está disponible. Haz clic aquí para ver la publicación.