lunes, 27 de agosto de 2007

Cumpleaños de los de agostiembre

Como cada año, los primos Gutiérrez nos juntamos para celebrar a los que cumplimos años a finales de agosto y principios de septiembre. Nunca es fácil juntar a todos, y esta vez no fue la excepción, especialmente con tantos nuevos papás y mamás cambiando pañales y durmiendo mal. Sin embargo hay que reconocer que este año hubo muy buena respuesta y asistió un gran número de primos. Faltaron más. No se hagan, saben de quiénes hablo. A ver si para la siguiente nos honran con su presencia los ausentes a esta ocasión.

Para este año decidimos cambiar la tradicional reunión casera por una cena en un restaurante griego que recomendó Myrna, y que resultó una delicia al paladar y a la vista. Les recomiendo este lugar en la Condesa, el Agapi Mu. Hay un espectáculo de bailarines donde todos terminan participando, y la comida está sabrosa.

Los tragos iniciaron en casa de los Gutiérrez Ponce Nava, donde le estuvimos entrando sabroso a los pisco sours (sin clara de huevo, eso sí, porque a las Delgado les da asquito) que la anfitriona Zyntya preparó como toda una limeña. Acompañamos los tragos con canchita serrana, un tipo de maíz peruano tostado y sabroso. En la casa estuvimos pisteando (mejor dicho, pisqueando) Fabián, Marina, Gaby, Toño, Adrián, Myrna, Blanca, Zyntya y Emmanuel. Ya cuando los pisco sours nos habían relajado, llegaron Sergio y Andrea para que de ahí nos fuéramos todos al restaurante.

En el lugar nos encontramos con Eduardo y Regina, que justo iban entrando, y nos apañamos todos una mesota donde le entramos sabroso a las botanas griegas: bolitas de carne, calamares rebozados, rollitos de hoja de parra, quesitos y pan pita con tsatsiki. Algunos le entramos valientes al Ouzo, aunque al final sólo pudimos combatir al anisado enemigo de a sorbitos pequeños (salvo Marina, que le entró con singular alegría).

Luego la mesa se llenó de platillos helénicos, cabrito al horno, ensaladas con queso de cabra, vinito, y otros ricos platillos. Llegaron luego los bailarines y comenzó el espectáculo. Al poco rato, ya había sacado a algunos de los incautos a bailar, y tímidos al principio, regresaron sudaditos y sonrientes. Poco a poco fuimos pasando todos (o casi todos, porque Eduardo no se dejó convencer y a Andrea se le disculpa por su embarazo).

Gaby y Toño aprovecharon que el chamaco lo estaban cuidando los abuelos y le sacaron brillo a las suelas, un pie por delante y un pie por detrás. Fabo y Marina le tupieron duro, Adrián y Myrna se la pasaron de lo lindo en la pista, Blanca le zapateó también, y Checho dio muestras de ser un bailarín experto, haciendo una fusión cultural entre bailes griegos y “los chinelos”.

Si me lo preguntan, el momento más memorable fue cuando todas las chicas hicieron un baile chenchualón moviendo caderitas y ondulando los brazos como serpientes. Se veían lindas de tan chulas. Claro, después tocó el turno para que los señores pasar al frente a bailar (excepto Eduardo), poniendo a más de una a suspirar (aunque sea de aburrimiento) y a otras tantas a reír.

Al final terminamos cantando las mañanitas, comimos unos ricos postres con velita de cumpleaños, y para rematar, bailamos todos juntos (excepto ya saben quién) el famoso Zorbel griego Sirtaki.




Con todo y que estuvimos mucho tiempo bailando, y comiendo, de todos modos nos dio tiempo de convivir, cotorrear, chismear y viborear, cosa rara en esta familia. Al final creo que hablo por todos si digo que la velada fue un éxito y que valió mucho la pena el darle un giro a la reunión de este año y visitar el Agapi Mu. Ya veremos qué se nos ocurre para el próximo año. Por lo pronto, yo sugiero la cantina La Polar. A ver si ahí sí llegan los ausentes, ¿no?

Visiten el álbum de fotos --> http://picasaweb.google.com/el.emax


martes, 21 de agosto de 2007

Dos años sin Manuélez

La semana pasada fue el segundo aniversario luctuoso de mi papá. Tenía pensado escribir unas líneas, pero con la sacudida y los nervios terminé escribiendo sobre el terremoto. Ahora quisiera incluir un pequeño recordatorio sobre Manuelito. El artículo que a continuación reproduzco lo publicó Xavier Velasco, escritor mexicano (Premio Alfaguara 2003 por "Diablo Guardián") que inició su carrera trabajando con mi papá. El texto lo escribió en Milenio unos días después de la muerte de mi padre. Estuve buscando el link directo al artículo, pero ya no lo encontré en el website del diario, así que me tomé la libertad de reproducirlo íntegro, sin autorización del autor. Esperemos que Xavier no se moleste.

Pronóstico del climax - Xavier Velasco
El primer cómplice

Una cosa es escribir, otra ser publicado. Para dar ese paso, comúnmente se necesita de la fe y la paciencia de un periodista.

1 El salario del ego. Cuando lo conocí llevaba el uniforme escolar puesto y mi primer artículo entre las manos. Diez cuartillas, según decía la convocatoria que de seguro él mismo había redactado. Pero no parecía una autoridad. Me acerqué a preguntarle por el suplemento La Onda creyendo que sería otro estudiante, con trabajos andaría a mitad de carrera. Tomó mi artículo, se armó de una pluma y antes de permitirme entender su papel ya le estaba quitando el acento a la palabra fue, no sin antes lanzarme una mueca de contubernio y aclarar: "Ese acento ya sólo lo ponen los viejitos". ¿Cómo fue que ese extraño campechano con aires de paseante pachecón encontró en mis cuidadas diez cuartillas al menos otros tantos errores de redacción? Una vez que lo vi terminar de leer —rauda y al propio tiempo escrupulosamente— las casi trescientas líneas del escrito, entendí que esto había dejado de ser un juego.

Creo que no le pregunté su nombre, seguramente porque aún me preocupaba que pudiera atraparme en el embuste. ¿Qué hacía yo, que por perfeccionarme en el billar había reprobado un año de la prepa, en las puertas de un suplemento cultural? ¿Sabría alguien allí que el suéter y el pantalón grises eran el uniforme del Colegio Westminster? ¿Podía funcionar en la vida real —es decir, en el mundo adulto— lo que hasta entonces era un juego infantil: escribir? Salí de esa oficina con los huesos ligeros y el mito intacto: luego de aquel examen inesperado, tenía la idea fresca de no estar ya más solo con el juego. Tal como había inferido cada domingo en las páginas de aquel suplemento irreverente —a menudo tan desenfadado que capturaba incluso la atención de un aspirante a fósil escolar—, era posible hacer de la escritura fechoría; más tarde o más temprano, ellos serían mis cómplices.

Un par de años después de aquel concurso, cuyos tres ganadores recibimos un premio tan miserable como emocionante, volví en busca de aquella complicidad, cargando con el fardo de una carrera universitaria que detestaba la idea de continuar. Llevaba, una vez más, un escrito entre manos: pretendía, ahora sí, que me lo publicaran en La Onda. Finalmente, ellos habían alborotado el gallinero, quién les mandaba darme esos premios tan chafas. Con el alma y el ego en el mismo hilo resistí una vez más la lectura incisiva por el mismo sujeto que dos años antes me enseñó a no poner acento en fue. Luego de algunas observaciones irrefutables, el hombre de la pluma preguntó si me interesaba colaborar semanalmente, y como el solo pasmo de mi reacción delatara un vibrante interés en el tema, se apresuró a advertir: Pagamos una mierda, ¿eh? "Pagamos": esa sola palabra ya sonaba a justicia poética. Cuando salí de allí, con las manos felices por vacías, llevaba triunfalmente en una de las bolsas la tarjeta: Manuel Gutiérrez Oropeza, jefe de redacción.

2 Al mando del destrampe. Cinco meses después ya me habían sembrado en esa oficina, si bien Manuel tendría que aclarar que jamás la consideré una oficina. Entre otras cosas porque fue él quien se encargó de volverla algo así como un reformatorio de corte liberal. Imposible permanecer allí sin carcajearse, sin devolver las bolas rápidas del jefe de redacción, a su vez respondidas por colaboradores, amigos, turistas y lunáticos diversos. Una turba que en principio tal vez habría logrado intimidarme, a no ser por las bromas cáusticas de Manuel, de las cuales él mismo no se salvaba. Todavía no conseguía reponerme del trauma de pasar cada mañana en cautiverio cuando lanzó el primer anzuelo: Oye, güero, ¿me traes unos cigarros? Sospecho que nos hicimos amigos a partir del momento en que gustosamente le ofrecí acompañarlo a la tienda. ¡Pinche güero soberbio!, escupió satisfecho. Era el primero de una larga serie de exámenes, unas veces en la Universidad de la Vida Periodística y otras en el Liceo de la Cábula.

He olvidado el número de mujeres que me llamaron a la oficina desesperadas por dormir conmigo esa noche, todas ellas con voces y tonos distintos, pero siempre lo suficientemente perturbadoras para hacerme tartamudear, hasta que de sus labios anhelantes emergía la voz profana de Manuel: ¡No seas nalgapronta, güero! ¿O sea que eso era un jefe? Nunca me lo creí. Nada más cumplir tres, cuatro días como coordinador del suplemento, entendí que la táctica ideal para sobrellevar aquella sutilísima forma de cautiverio era ver en Manuel a un compañero de pupitre. Nadie entre mis amigos imaginaba lo aburrida que podía ser una tarde en la universidad comparada con una mañana en La Onda, donde estirar los límites del respeto era un deporte tan rudo, pero asimismo tan cotidiano, como irrumpir corriendo equinamente entre las mesas de la Redacción para ganar la única computadora disponible.

Imposible ignorar la presencia de alguien como Manuel en la Redacción. No sólo porque con frecuencia le daba por cantar o declamar a grito pelado, sino porque solía aprovechar cada una de las oportunidades que se le presentaban para explotar sus dotes histriónicas. En tres años lo vi berrear, saltar, tirarse al piso, aventar los zapatos y sacarle la risa a todo el mundo menos a Nicolás Sánchez Osorio, que hasta hoy la reserva para las fotos. Ahora bien, ir con Manuel Gutiérrez por la calle conllevaba riesgos como el de verlo detener a una desconocida y preguntarle: ¿Verdad que mi amiguito tiene cara de depravado? ¿Le cuento lo que acaba de decirme?

De más está insinuar las posibilidades editoriales —otros las llamarán excesos— que semejante situación permitía. Si con la coordinación del suplemento en manos de Eduardo Mejía hubo una cierta base de consciencia, ésta se diluía entre las de las de Manuel y las mías: ambos al propio tiempo minuciosos e irresponsables, de modo que no había diversión mayor que la de provocar: un deporte en el cual nunca logré llegar más lejos que Manuel. Y en fin, que me esforcé, tanto que tres de mis seudónimos fueron consecutivamente despedidos —por vicios y opiniones inferibles en sus palabras—, de manera que sólo la generosa irresponsabilidad del jefe de redacción consiguió sostenerme en el cargo, seguramente cierto de que reincidiría. Porque eso no era serio, no podía serlo. Esa oficina, extrañamente parte del diario Novedades —"un periódico para jubilados", opinaba Manuel, entre provocador y resignado, y yo me preguntaba a cuántos jubilados les interesaría el nuevo álbum de U2—, era un refugio a prueba de madurez donde caía el inicio de la tarde del viernes y el jefe de redacción anunciaba de un grito: ¡Puto el que se quede!

3 Welfo te absolvo. Fue Manuel quien un día me llevó a conocer a Xaviera Hollander. Una vez terminada la entrevista, pude ver a la autora de La alegre Madame entregarse a arrinconar a su entrevistador, empeñada en comer periodista en pleno lobby del hotel, para al fin entregarle su nuevo libro con la dedicatoria más sugerente que jamás leí: "Ven a verme para un examen oral". Ignoro si la Hollander tendría una estrategia de difusión basada en besuqueos, fajes y arrimones, lo cierto es que Manuel —seductor automático y esposo fidelísimo— tenía un imán para las situaciones insólitas, y un talento especial para resolverlas. Como la noche en que, de visita por el Bar León, debió hacerse pasar por sacerdote para salvar el cuello de un amigo. Así, mientras sus compañeros de parranda bailaban y bebían, fray Manuel prodigaba consejos de perdón y al cabo confesaba a la chica de su compinche, absolución incluida.

Miguel Pitti, se llamaba el más soso de mis seudónimos: un crítico porteño especializado en hacerse odiar por sus lectores. Unas semanas antes de resolver matarlo, encontré en el archivo electrónico un atento recado de Manuel: Apúrate, Pitturent, que ya me anda por pittirrearme de tus estupittideces. Era, pues, un deporte de alto riesgo darle a leer los cuentos que escribía, y cuyo veredicto aprobatorio solía ser un Está bonito, güero, acompañado de la sonrisilla entre burlona y cómplice que debió de tener el Vadinho de Doña Flor y sus dos maridos. Un día lo agarré de vena histriónica y leyó el cuento entero en voz alta y melodramática, con el tono preciso de una radionovela, para sonoro regocijo de los presentes. No fue la última vez que fallé un engrapadorazo directo a la cabeza.

Hace unos días supe de una noticia inconcebible: Manuel jugó la broma extrema de morirse sin más, por equis causa clínica impredecible, súbita y fulminante. Algo que no creeremos fácilmente ninguno de quienes lo vimos tantas veces hacerse el muerto a media Redacción. O quienes aguardábamos en ascuas a que nos relatara los últimos ingresos en su agenda, donde sólo anotaba los chistes peladísimos que hacían las delicias de sus alumnos-cómplices. Supongo que Manuel habría preferido ver aquí una breve antología de su agenda: detestaba la idea del reconocimiento público, tanto que lo evitaba a risotada limpia, amén de transferir comúnmente sus ingenios a los escritos de sus colaboradores menos avezados. No quería posteridad, eso es seguro. Por eso sólo puedo concluir que en adelante Manuel —aficionado, entre a otras cosas, a escribir calaveras cada día de muertos— podrá seguir haciendo lo suyo desde la más rampante impunidad. Qué más va uno decir, si por más que se esfuerza no logra imaginarlo diez minutos quieto.
Xavier Velasco

jueves, 16 de agosto de 2007

Terremoto en Lima: 15 de agosto, 2007

Esa tarde recién salíamos de la oficina mi amigo Felipe y yo. En el trayecto del taxi hacia los departamentos donde estamos rentando, decidimos pasar por el supermercado antes de llegar al edificio. Afortunada decisión. Llevábamos 5 minutos en el súper Vivanda. Estaba eligiendo yoghurts cuando el enorme refrigerador de los lácteos empezó a dar tronidos y las botellas a sacudirse. Estábamos cerca de la salida, y en 10 segundos estábamos en la banqueta. Recuerdo que al ir rumbo a la salida yo sólo veía hacia el techo, para tratar de evitar alguna lámpara si se llegaba a caer. Ya afuera del súper, pasaron otros 2 minutos antes de que se detuviera el terremoto de 7.5 grados Richter. Afortunadamente no nos fuimos directamente al edificio, porque el terremoto me hubiera tocado en el piso 15 donde estoy rentando.

Depa de Felipe
Nos fuimos a un Starbucks para poder conectarnos a Internet y avisar a todos que estábamos bien. Antes de ir, Felipe subió a su departamento a recoger unas cosas y se encontró con que el mueble de su departamento se había desplomado hacia el frente, con todo y televisión. A mi departamento le pasó algo similar. Luego de estar un rato en Starbucks y ya más tranquilos, tomamos la siguiente decisión: regresar al edificio, revisar las paredes para ver si había daños visibles, y si todo estaba en orden, quedarnos ahí a dormir. No tardamos mucho en encontrar "problemitas" con el edificio. El piso de la recepción estaba con las lozas levantadas, y había un poco de escombros en la entrada del estacionamiento. Esto último fue lo que más me preocupó porque siempre es sospechoso encontrar pedazos de pared derrumbados en el piso, jeje.

La grieta inicial
La razón de este desmoronamiento era una grieta horizontal de buen tamaño que estaba entre el piso dos y el tres (en Perú el piso uno es la planta baja). Por dentro, el piso dos también mostraba fracturas en algunas paredes. Más que suficiente para nosotros, que tan sólo recogimos unas mudas de ropa y nos fuimos a un hotel. Y a buena hora, pues hubo otras réplicas en la noche (ya van más de 300 pequeñas réplicas en menos de 24 horas), algunas de las cuales sí se sintieron algo fuertes.

Al día siguiente, estando en la oficina nos evacuaron a todos porque apareció una nueva réplica. Fue ligera pero la gente ya tiene miedo. Hablamos con la administradora del edificio y nos dijo que iba a enviar a un arquitecto para revisar si los daños del edificio eran de gravedad, y nos pidió las llaves de los departamentos para poder entrar a revisar los daños. A la hora del almuerzo fuimos al edificio para dejarle las llaves a la administradora y recoger un poco más de ropa. Resultó que salí con toda la maleta llena. Yo ya no vuelvo a dormir en ese lugar, gracias. La réplica que les comentaba más arriba provocó cinco nuevas fracturas en el edificio. CINCO NUEVAS FRACTURAS.

Una de las grietas
Curiosamente ahí estaba el dichoso arquitecto, revisando el edificio, y diciendo con toda la tranquilidad del mundo que no había problema, que era de lo más normal. Casi le mentamos la madre. No lo bajamos de parcial y mentiroso. Y tiene sentido, ni modo que dijera que su lindo edificio estaba hecho con las patas. Si el edificio no hubiera quedado sensible con el terremoto inicial, la réplica no hubiera causado más daños. Así de fácil.

Definitivamente se requiere la opinión experta de alguien imparcial. Pero no importa realmente. Así sea el mismo Gustave Eiffel quien me asegura que todo está bien, yo no regreso mas que por mis trapitos. Llené una maleta grande con todo lo que pude y me salí de ahí. Toca regresar por el resto hoy en la noche. Tal vez esté exagerando, pero más vale que digan "aquí corrió" que "aquí quedó un brazo, allá el otro". Ahí están las fotos para que juzguen por ustedes. !Y DEJEN COMENTARIOS, CARAMBA!

miércoles, 15 de agosto de 2007

Lo que hoy es ñoño, mañana será cool: los juegos ocasionales vs. los juegos pasivos


Travian
Originally uploaded by emmanuel.gutierrez
La del videojuego es una industria millonaria cuyo mercado meta ya no son los niños y pre-adolescentes, sino una nueva especie conocida como "adultescentes", jóvenes de entre 25 y 35 años que gastan casi todo su salario en electrónicos, música, ropa, y por supuesto, consolas como XBOX 360, Playstation Portable, PS3, y lo que les pongan enfrente. Son el mercado ideal: tienen la cartera de un "adulto responsable" pero los deseos impulsivos de compra de una chamaquita prepubescente fanática de RBD.

Sin embargo existe un problema. De algún lugar tienen que sacar plata estos individuos. Largas horas de oficina les impiden disfrutar del recién comprado juego "Gears of War". Y por esto, una rama de la industria del videojuego ha ido creciendo velozmente: los juegos ocasionales(en inglés, casual games). Estos juegos, por su naturaleza, no requieren que el jugador invierta mucho tiempo para disfrutarlos. Tampoco exigen tener a la mano un equipo muy caro o complejos dispositivos de interacción. Generalmente sólo se requiere una computadora de bajo desempeño (incluso un celular basta), y quizás una conexión a Internet. Muchos de ellos se ejecutan dentro del navegador, usando Flash o Java. Cubren muchos géneros, los hay de estrategia, de cartas, de habilidad mental, de destreza, pero todos pueden ser jugados mientras termina una junta y empieza la siguiente. Todos los hemos jugado alguna vez e incluso están en la lista de favoritos de gamers de hueso colorado: solitario, buscaminas, snake (en el celular), bejeweled, zuma, etc. Por increíble que parezca, no son pocos los dueños de un XBOX 360 que en lugar de disfrutar de las poderosas gráficas de esta consola con juegos de producción millonaria, prefieren bajar estos jueguitos instantáneos e invertir mucho tiempo disfrutándolos.

Sin embargo, una nueva rama de videojuegos poco a poco va logrando más adeptos. Algunos los llaman juegos pasivos aunque también se les conoce como juegos de browser, ya que se requiere acceder un sitio web para poder jugarlos. Para explicarlos mejor quiero usar el ejemplo que tengo más a la mano, un browser game llamado Travian. Al inscribirse en este sitio, cada usuario recibe un terreno virtual en donde debe hacer crecer una ciudad. A diferencia de Sim City, Travian es una zona de guerra, un mundo virtual poblado de cientos de miles de villas administradas por jugadores de todo el mundo y donde alrededor de cada villa hay muchas otras, potenciales enemigos o posibles aliados. Por lo tanto, no sólo es importante hacer crecer tu ciudad, sino también preparar ejércitos para defenderla o para imponer tu ley entre poblados más débiles.

Travian no tiene gráficas impresionantes ni requiere gran habilidad en el manejo de controles de juego con decenas de botones. ¿Qué hace entonces que tenga un crecimiento exponencial en el número de jugadores inscritos? No requiere una gran inversión de tiempo (al menos no al inicio). Cada vez que ordenas la construcción de un nuevo edificio en tu ciudad, su ejecución toma tiempo, desde unos cuantos minutos hasta varias horas, dependiendo de la complejidad de la obra. Y mientras tus obreros llevan a cabo las órdenes dadas, tú puedes cerrar la página de Travian y continuar con tu vida cotidiana, terminar el Powerpoint que te pidió el jefe o recoger a los niños de natación. Por eso se les llama juegos pasivos. Porque una vez que tomas decisiones dentro del juego no es necesario que tengas prendida tu computadora para que se lleven a cabo.

Al principio es un poco tedioso, pues toma tiempo lograr que tu terreno vacío adquiera forma. Pero cuando menos te das cuenta, ya has pasado el tiempo suficiente como para que te dé coraje cuando alguien amenaza la paz de tus pobladores y buscas la forma de protejerlos a como dé lugar. Y aunque suene complicado de jugar, realmente es tan simple como dar click a unos links y continuar con lo que estabas haciendo. Se vuelve algo tan rutinario como checar tu mail, con dos veces al día que lo hagas es suficiente. Es lo suficientemente atractivo como para atraer a todo tipo de personas. Como muestra, un botón: la alianza de la que orgullosamente formo parte está conformada por la familia Guerra, papá, mamá, hermanos y hermanas, primos, y uno que otro colado como yo. Y es que la parte "social" del juego es otro atractivo importante. La única manera de detener a un gigantesco ejército enemigo es a través de mensajes diplomáticos entre líderes de alianzas.

No todos encuentran atractivo este juego de Travian. Aunque nunca ha jugado, mi hermano dice que se ve tan aburrido como jugar en Excel, y el tonto de José dice que es Batalla Naval para geeks. Lo cierto es que aunque todavía no es atractivo para las masas, falta muy poco para que surja en algún rincón del WWW un juego que sea tan común entre nosotros como el solitario o el tetris. Falta que se explote más el potencial de esta clase de juegos.

Por lo pronto yo ya me voy porque tengo que enviar mi ejército a las coordenadas (20 | -213) porque ese Pink69 me debe unas cuantas.

¿Te interesa leer más del tema? Checa este artículo.

domingo, 5 de agosto de 2007

Cusco y Machu Picchu

Este el viaje obligado para todos aquellos que visitan Perú. Inclusive, mucha gente sólo viene a Perú para realizarlo, y se salta la visita a la capital o a otros destinos turísticos. El tour que yo tomé es de 4 días y 3 noches, e incluye un día de visita a Machu Picchu, un día dedicado a la ciudad de Cusco y ruinas incas cercanas, un día dedicado al valle sagrado, y el último día queda libre para visitar la ciudad antes de tomar el avión. Como buen mexicano orgulloso de sus "raíces aztecas", yo iba con ciertas reservas de encontrar algo que me impresionara, pues con nuestra prepotencia nacionalista solemos creer que no hay ruinas prehispánicas o ciudades coloniales que superen a las nuestras. Me declaro humildemente sorprendido. Además de tener hermosas ruinas que dejan boquiabierto a cualquiera, y de ser una ciudad preciosa con imágenes de postal en cada rincón, una de las cosas que más me apantalló de ese lugar es la buena organización y preparación que tienen todos para el turismo. Los visitantes son lo que mueve la economía de la zona, y los habitantes están muy conscientes de ello. Todos son muy atentos, las visitas están muy bien organizadas, y el lugar está bien preparado para recibir grandes oleadas de turistas de todo el mundo, y brindarles un servicio de primerísima calidad.


Plaza de Armas de Cusco
Templo de Santo Domingo
Ruinas de Sacsayhuamán
Puca Pucara
La visita por la ciudad y sus ruinas aledañas comenzó con un tour guiado por la Catedral de la Plaza de Armas, con explicación de los estilos arquitectónicos y pictóricos que la adornan. Luego visitamos el Templo de Santo Domingo, el cual fue construido sobre Coricancha, el santuario quechua dedicado al dios del sol. De ahí nos dirigimos a Sacsayhuamán, un complejo administrativo donde se controlaba la ciudad del Cusco. Además visitamos otras ruinas más, como Puca Pucara. En verdad se siente la falta de oxígeno debido a la altura de esa zona (3,800 metros sobre el nivel del mar) y cualquier esfuerzo físico cuesta más trabajo. Terminamos la tarde visitando una tienda de productos textiles, donde se pueden conseguir buenos artículos de alpaca, aunque los precios que yo encontré no eran tan buenos como en Lima.

Ollantaytambo
Mirador en el camino
El segundo día tomamos un bus que nos llevó a lugares más alejados de la ciudad. El viaje en carretera nos dio oportunidad de detenernos en preciosos miradores donde se aprecian las montañas de la región. Fuimos también a Pisaq, donde aunque también hay ruinas, no las visitamos. En cambio, estuvimos un buen rato conociendo el pequeño poblado. Un mercado de artesanías inunda las calles que rodean a la iglesia donde se puede escuchar misa en quechua. Después de ahí fuimos a Ollantaytambo, un pueblo inca que tiene ruinas impresionantes que van subiendo por las faldas de la montaña. Aunque se llega sin aliento a la cima, bien vale la pena hacerlo para disfrutar del paisaje que se percibe desde arriba. Terminamos el día visitando Chinchero, una localidad donde erigieron una iglesia sobre ruinas quechuas.

Tren Vistadome
Machu Picchu
Montes nevados andinos
Panorámica de Machu Picchu
En el templo del sol
Carmen, Zyntya y Emmanuel
El tercer día fue la tan esperada visita a Machu Picchu. Nosotros tomamos el tren panorámico Vistadome que tarda 3 horas y media desde Cusco hasta Aguas Calientes. Aunque en bus o taxi el viaje dura menos tiempo, sin duda vale la pena tomar el tren para disfrutar de los increíbles paisajes de montes nevados. Poco a poco va cambiando el clima y la vegetación, de ser fría y semiárida en Cusco, a la selva de alta montaña que hay en Aguas Calientes. Y no es de sorprenderse, pues para llegar ahí hay que descender a 2,200 metros sobre el nivel del mar. Machu Picchu es todo lo que te imaginas y más. La vista es impresionante, y si bien es cierto que no tiene altas pirámides o ruinas bien conservadas (como se pueden hallar en otras regiones prehispánicas), lo que está ahí es para quitar el aliento. El simple hecho de que los incas hayan decidido tener un santuario en la punta de una montaña tan alta y con condiciones geográficas tan adversas es de por sí asombroso. Y el paisaje que se disfruta desde las alturas contribuye a hacer de este sitio un lugar místico y hermoso. Una gran cantidad de turistas estaba con nosotros ese día, pero la buena organización del lugar permite que la visita se lleve a cabo en perfecto orden. Las fotos hablan por sí mismas, aunque la realidad supera por mucho lo que el lente puede captar. Si pueden hacer el viaje, se los recomiendo mucho. Definitivamente es uno de los viajes más hermosos que haya realizado.