lunes, 29 de junio de 2009

La Teoría de la Cola Larga (o por qué Michael Jackson será el último Rey del Pop)

Hace unos días murió Michael Jackson, conocido por todos como El Rey del Pop debido a los millones de fans que tiene en todo el mundo y la cantidad de discos que vendió. Lo curioso es que probablemente en el futuro ya nunca nadie llegue a tener el éxito y popularidad que él tuvo. Y la razón por la que afirmo esto no tienen nada que ver con sus habilidades de bailarín o músico.

Más bien, tiene que ver con una teoría conocida como Cola Larga, que propone Chris Anderson en su libro del mismo nombre. Lo que plantea es la manera en que muchos modelos económicos han cambiado desde que surgió la venta de productos por Internet. Hasta hace poco, la única forma de vender música, libros o películas era en tiendas "de ladrillos" (librerías, tiendas de discos, videoclubes), poniendo los productos en aparadores y estantes donde los clientes podían ver el catálogo y elegir un ejemplar. La variedad de títulos que se podían encontrar en un lugar estaba limitado al espacio físico de sus anaqueles. La consecuencia es que se fomentó una "cultura del hit" en la que se creaban obras de consumo masivo y las corporaciones intentaban por todos los medios moldear los gustos de la población para enfocarlos a la reducida variedad de productos que cabían en sus estantes. Fue la época de Michael Jackson. Michael no nos gustaba porque fuera un bailarín extraordinario, o un tipo estrafalario, aunque todo esto fuera verdad. Michael nos gustaba porque a todos nuestros conocidos les gustaba también, y a través de su música nos identificábamos y nos sentíamos parte de la misma cultura. Ahí estaba la TV, radio y revistas para decirnos qué consumir. Ahí estaban las listas de Billboard y los Top 40.

Con el surgimiento de Internet, esto está cambiando rápidamente. Ahora las tiendas ya no están entre cuatro paredes, sino alojadas en un servidor de Internet. No tienen limitaciones de catálogo impuestas por el espacio físico de unos estantes, sino que pueden aumentar exponencialmente su oferta sin invertir mucho dinero. Una vez que los consumidores tuvieron a su disposición tan vasta colección de productos, comenzó una revolución de subgéneros, o nichos, fortalecido e impulsado por algoritmos de similitudes de género, y por recomendaciones de usuarios. La teoría de Cola Larga sostiene que en realidad no importa qué tanto aumente el número y la variedad de títulos en oferta, siempre va a haber clientes interesados en adquirirlo, aunque sea en pocas cantidades. De esto se alimenta la Cola Larga.


En la gráfica anterior se muestra la forma en que se comporta el consumo de productos en una tienda digital en Internet. La parte roja muestra los productos más populares, que son los que típicamente se venden en tiendas de ladrillos. Hasta hace poco, nadie pelaba el resto de la curva. No había resto de la curva. Esa zona amarilla, llamada Cola Larga, son todos esos productos que se venden en menor volumen por ejemplar, pero al haber tanta variedad, terminan por acumular más ventas que lo que logran los "hits". Dice Anderson en su libro que esta cola llega a ser tan larga que incluso la canción 800,000° en ventas dentro de la tienda virtual Rhapsody vende unas cuantas unidades al año, suficiente como para justificar su costo de almacenamiento y reflejarse en ganancia. El secreto está en vender mucho de lo que se vende poco.

Todo está listo para que en poco tiempo se acabe la obsesión de las industrias por sólo apoyar los hits, y comiencen a impulsar mucha mayor variedad de obras con menos inversión por obra. Esto no quiere decir que no vaya a haber artistas, músicos, escritores o películas que vendan muy por encima de los demás. Los grandes siempre serán grandes. Pero lo que sí morirá en poco tiempo es la imposición mediática para sobreinflar artistas y obras, porque la gente ya no se conformará con artistas prefabricados al tener tanta variedad para comparar. No más Michael Jacksons, NSYNCs o Britneys. Acabaron las monarquías del pop. Acabó la tiranía de los megahits. El rey ha muerto. Muera el rey.

Fuentes:

jueves, 18 de junio de 2009

Google Maps Mobile: ¡Súbale, Súbale, hay lugares!

Como puedes comprobar si le echas un ojo rápido a mis entradas pasadas, me confieso admirador de Google y sus innovaciones. Muy probablemente no siempre sean ellos los que tengan las buenas ideas, pero son una compañía tan grande y popular, que son ellos quienes terminan dándonos a conocer muchos avances. Hace poco nuevamente me dejaron atónito.

Ya tiene muchos meses que había descargado la aplicación de Google Maps para mi celular, aunque en esos momentos no quedé impresionado. ¿Por qué habría de estarlo? Al comparar el Google Maps con el programa de Nokia Maps que traía nativamente mi N95, el software de la compañía finlandesa lo superaba en muchos aspectos. Nokia Maps no requeria una conexión de datos constante, ya que los mapas estaban precargados. Incluía navegación con guía de voz, y la cartografía era relativamente buena, incluyendo muchas ciudades menores en la República Mexicana. En cambio, Google tenía que descargar cada mapa que yo consultaba, y ni siquiera quedaba almacenado en memoria. Las calles incluidas en Google Maps para las ciudades mexicanas son una vergüenza, y ni siquiera puede calcular la ruta entre dos puntos, mucho menos que una voz femenina me vaya avisando cuándo dar vuelta.

Por eso, mucha fue mi sorpresa cuando pude probar Google Maps en los Estados Unidos. Previendo mi visita a Las Vegas y San Francisco, reservé 20 Megas de datos con mi compañía celular y pude usar la aplicación sin miedo a las excesivas tarifas de roaming. Lo primero que me di cuenta es lo que ya sospechaba. A diferencia de la magra información cartográfica que hay para México, en ambas ciudades norteamericanas no faltaba una calle sin ser nombrada.

Pero donde empecé a sorprenderme fue cuando pregunté la ruta entre dos puntos. Mientras que Nokia Maps tenía dos opciones de ruta, por coche o caminando, Google incluye una tercera opción: por transporte público. De esta forma, yo sólo tenía que decirle mi hora de partida, y me entregaba un cálculo preciso de los autobuses, trolebuses, tranvías, o monorieles que requería tomar para llegar a otro punto, el sitio exacto de las paradas así como la cantidad real que iba a gastar en pasajes.

Mayor fue mi sorpresa cuando puse a prueba la veracidad de los horarios, y en todas las ocasiones los vehículos públicos llegaban en punto de la hora indicada por Google. Por supuesto, mucho del éxito del experimento depende de la eficiencia del sistema de transporte de la ciudad en curso. Ya me imagino el chiste que sería pretender que en la ciudad de México los microbuses respetaran horarios de llegada a cada parada de su trayecto.

Y ya para terminar de asombrarme, la aplicación móvil de mapas de Google también incorporó el famoso Street View, que es un visor que te permite recorrer virtualmente las calles de muchas ciudades del mundo.

En realidad, todo esto me generó dos sentimientos encontrados. Por una parte, quedé fascinado con todo lo que ofrecía Google Maps para celulares (y eso que no mencioné otras monerías, como mostrar el nivel de tráfico de las avenidas, o los restaurantes de cierta área, con todo y calificaciones). Pero por otro lado, quedé muy decepcionado que Google le ponga tan poco interés al mercado mexicano, y que cualquier aparatito de GPS tenga mejores mapas e información de calles que Google. Por favor, señores, ¿qué tan difícil puede ser?